lunes, 19 de febrero de 2018

Alfabeto

Incandescente, descendiendo por mi estómago una bala de cañón que apunta a mi cerebelo. A unos nos dan por tontos y a otros por imposibles. De medio en medio se equivocan y cada año de vida perdido cuelga de una picota. Me encuentro tan amenazado por la muerte que es como si ya no estuviera viviendo, sintiendo; mimetizado conmigo mismo, temblando, traqueteando torticeramente con tortícolis de mí mismo. Sólo unas cuantas personas me han vivido, quería ser ellos y ahora soy yo otra vez; es tan triste que ahora estén muertos y no podamos contarnos nuestras batallitas de cuando éramos principiantes en el principio de los tiempos. Siempre tuvimos razón y ahora habitamos los unos en los otros como leche derramada de un cazo inacabable. Inane de exhudar resacas en muros de contención. Hay una imagen, una sensación visual, un alma, un hálito de sombra que aprende de cada nuevo error, herror, horror, amor. Cada letra permutada del teclado de tus genes propicios a la demencia en una máquina de escribir que llevas en la cabeza. He vendido a mis amigos y me he quedado sus libros en mi biblioteca de Babel. Escribíamos mejor que cantaba él,eramos tan especiales; no podíamos ni seguirnos bajo nuestra influencia mutua. Demasiada curiosidad sin manual, demasiadas habilidades sin utilidad, qué es el arte, hemos hecho un arte:ahora la vida es una performance continua, qué poco nos entendemos los artistas hasta que hemos muerto unas cuantas decenas de veces por nuestra verdad nueva, resplandecientemente tenue como una pantalla que emite únicamente caracteres sintéticos de un alfabeto cuneiforme.


David

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